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Luis Gutiérrez
Miércoles, 4 de junio 2025
No es fácil resumir la historia centenaria de Rioja en cinco vinos, pero es un poco más sencillo hablar de los cinco vinos que me han marcado personalmente.
Cuando empecé a interesarme por el vino tenía un vino fetiche que reservaba para ocasiones especiales, el Viña Berceo Gran Reserva 1987, pero como costaba 1.000 pesetas no lo bebía tan a menudo. Cuando conocí a Víctor de la Serna, quien ha sido mi maestro, amigo y mentor en esto del vino, la calidad de lo que empecé a beber dio un salto estratosférico. Empezamos a quedar con un grupo de aficionados, lo que sería la semilla para crear elmundovino.com, frecuentemente en el restaurante Viridiana de Abraham García en Madrid.
Bebíamos locuras, vinos que ahora son impagables. El panorama español se había vuelto más bien aburrido, todo el mundo intentando hacer 100% tempranillo con 100% barricas nuevas de François Frères, así que fue una etapa de descubrir Borgoña, el Ródano, Portugal, el Piamonte, los Rieslings de Alemania… En una de estas cenas estábamos todos flipados con vinazos de los productores más míticos de estas regiones, y llegó Mariano García, que aún trabajaba en Vega Sicilia, y nos volvió a poner los pies en la tierra. Fue una botella de Viña Real 1954 de CVNE. Después de aquella botella, nada fue igual, y empecé a investigar seriamente los grandes riojas clásicos.
Ahí fueron muchos, los 1964 de López de Heredia, los primeros Contino o Remelluri, Viña Albina de 1942, pero había uno que destacaba por encima de todos. El Marqués de Riscal Reserva Médoc 1945, un vino que ha sido recurrente –recientemente tuve la suerte de volver a beberlo, aunque solo fuera un culín, en una de las catas del Centenario de Rioja–. Un vino sorprendente por su color, profundidad y juventud, que hasta el día de hoy no tiene explicación en mi cabeza de ingeniero que quiere saber el porqué. No puede ser solo al porcentaje significativo de cabernet sauvignon que tiene. Debe ser algo más…
Precio: 566 euros
«Después de aquella botella empecé a investigar los riojas clásicos»
Precio: 3.200 euros
«Un vino que hasta hoy no tiene explicación en mi cabeza de ingeniero»
Precio:1.000 euros
«Su lanzamiento fue decisivo para el regreso de los grandes blancos»
Precio: 895 euros
«Fue una vuelta al pasado, a los grandes viñedos de variedades mezcladas»
Precio:435 euros
«Ese garnacha de Yerga alcanzó una finura tal que me voló la cabeza»
(*) Los precios de los vinos son orientativos, ya que algunas añadas no se encuentran en el mercado y se venden entre coleccionistas.
Voy a dar un salto importante en el tiempo, tanto de los vinos como de la vida, hasta el día que probé por primera vez el Marqués de Murrieta Castillo de Ygay Blanco 1986, aún no embotellado. Había descubierto el Ygay Blanco por unas botellas de 1946 que habíamos comprado a precio ridículo en una pastelería de pueblo. La fascinación por los grandes blancos clásicos era obsesiva. El lanzamiento de ese 1986 treinta años después de su cosecha fue el pistoletazo decisivo para el regreso de esos grandes blancos envejecidos durante largo tiempo.
Por mi trabajo en Robert Parker Wine Advocate me tenía que mantener al día de todo lo que pasaba en las regiones vitícolas de España. Creo que en esta etapa hay dos vinos que han destacado. Uno fue Las Beatas 2015 de Telmo Rodríguez, que dio la campanada decisiva después de haber llegado al mercado con la añada de 2011. Fue una vuelta al pasado, a los grandes viñedos de variedades mezcladas, elaborados y envejecidos en un viejo calado donde no hay tecnología alguna y los foudres crían en oscuridad y silencio vinos como los de antes. Tal vez con un envejecimiento más corto, pero como los de antes.
El otro fue el Quiñón de Valmira, no sé muy bien de que añada, pienso que el 2016, aunque lo conocí ya en su primera edición de 2011. Pero en 2016 esa garnacha del Monte Yerga en Alfaro alcanzó una elegancia y finura tales que me volaron la cabeza. Significaba la llegada de la Garnacha y de la zona más cálida –y posiblemente denostada– de Rioja.
Últimamente se ha abierto una nueva etapa que hace tiempo esperaba, en la que hijos de viticultores tradicionales se enamorasen del vino y empezaran a hacer vinos como los que solo Rioja es capaz. Hablo de José Gil, Abeica, Miguel Merino y compañía, un grupo que se ayuda y retroalimenta, y que queda todos los martes a catar a ciegas vinos de todo el mundo. Se hacen llamar los Martes of Wine, verdaderos valedores de las siglas MW. Y la historia continúa… Hay para 100 años más, y posiblemente 1.000 si no nos lo cargamos todo. Pero en cuanto al vino de Rioja, soy optimista.
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