Cinco riojas para la historia... de Amaya Cervera

La primera pata de la grandeza de Rioja es la capacidad de envejecimiento de sus vinos. No solo tintos, también blancos. Lo descubrí en 2006 en una vertical de Viña Tondonia. Aquellos vinos complejos y de excelente acidez que transitaban entre las notas de cera y los toques melosos y cítricos me maravillaron. Para redondear la experiencia, mi favorito, 1968, coincidió con mi fecha de nacimiento.

En tintos viejos, nada puede compararse a la cata histórica de Marqués de Riscal a la que asistí en 2022. Arrancó con la cosecha inaugural de la bodega, 1862, pero la estrella fue un 1945 con mayoría de cabernet sauvignon, y una intensidad y personalidad desbordantes. A menudo, la cima de calidad de una región se sale totalmente de la norma. Estas rarezas excepcionales son particularmente inspiradoras y recuerdan la importancia de la libertad creativa en el mundo del vino.

El otro gran pilar es el terruño. La confluencia de influencias atlánticas y mediterráneas en el tramo del valle del Ebro y los valles adyacentes por los que se extiende la región permite elaborar vinos de gran equilibrio y elegancia. Es cierto que el prestigio de la marca Rioja se construyó sobre la mezcla y los distintos estilos de envejecimiento, pero el final del siglo XX marca un cambio de dirección.

Probablemente, el vino que refleja mejor la nueva obsesión por el origen es Viña El Pisón, empezando por la imagen borgoñona de la parcela vallada, el clos, y continuando con esa personalidad marcada y casi siempre reconocible. La cosecha 2001, excelente y con gran capacidad de envejecimiento, es una de mis favoritas. Lo cierto es que cuesta acostumbrarse a que uno de los vinos clave de la historia reciente de Rioja haya salido de la denominación.

El continuador del relato de los viñedos excepcionales es, sin duda, Las Beatas de la Cía de Vinos Telmo Rodríguez, con ese detalle pequeño, pero trascendente, de incluir la extensión de la parcela en la etiqueta. Para la lista, sin embargo, he preferido recoger la aportación rebelde del Remelluri Blanco, el vino de juventud de Rodríguez en la bodega familiar, porque marca el pistoletazo de salida de una nueva generación de vinos blancos más cercanos a la inquietud personal y a las reflexiones de sus autores. La última añada que he probado con tiempo en botella es un 2013 que se sirvió en el salónde Futuro Viñador el pasado mes de febrero en Barcelona.

(*) Los preciosde los vinos sonorientativos, ya que algunas añadas no se encuentran en el mercado y se venden entre coleccionistas.

¿Cuál es la gran historia actual de Rioja? Para mí, el relevo generacional porque nos pone frente a las personas que construirán el futuro de la DOCa. José Gil y Vicky Fernández, de Vignerons de la Sonsierra, son el prototipo de esos jóvenes que llegan pisando fuerte y con unas señas de identidad bien claras: el apego a la tierra y el compromiso con la calidad. Desde que lanzaron La Cóncova 2018, un vino que –he aquí otra paradoja– ya no existe como tal, se codean con lo más granado de la región.

Han conquistado un nuevo territorio de expresividad y entienden perfectamente el ADN de finura riojano.

Rioja tiene todo a su favor para brillar con todos los colores, con los nombres de los lugares, los estilos y hasta las recetas. Solo hay que tomar un poco de distancia para entender la fuerza multiplicadora de la diversidad siempre y cuando apunte hacia la excelencia.

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