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Daniel Panero
Sábado, 24 de mayo 2025, 21:30
Antonio Conte se reservó este viernes una página en los libros de historia del fútbol italiano. Nunca antes un entrenador había ganado tres Scudetti con tres equipos diferentes y muy pocos habían demostrado la capacidad del técnico de Lecce para sortear obstáculos. Lo hizo con la Juventus que se repuso del Calciopoli, con un Chelsea desnortado, con el Inter y también con un Nápoles que certificó el título tras vencer al Cagliari (2-0) y que vuelve a reinar en Italia poco después de despedir a héroes como Osimhen o Kvaratskhelia. Los partenopeos son campeones y, como siempre, lo hacen a contracorriente.
Y es que muy pocos esperaban que el Nápoles se levantara en mitad del caos. No es de extrañar tras la derrota por 3-0 contra el Verona en el debut de la temporada. El contexto invitaba a un declive tras la salida de Osimhen por la puerta de atrás, con Aurelio De Laurentiis teniendo desacuerdos con Conte y con Kvaratskhelia puesto en el escaparate, todo listo para una carnicería que debía destruir los recuerdos del equipo que levantó el título en 2023. Ese conjunto de Luciano Spalletti puso fin a una sequía de 33 años sin ganar la Serie A y dotó al club y a la ciudad de un espíritu ganador que llevaba tiempo sepultado, como las ruinas de Pompeya bajo el Vesubio, situado a apenas 25 kilómetros del estadio Diego Armando Maradona.
Ese espíritu es el que ha permitido a Conte reconstruir un equipo que pareció tocar fondo el pasado año con Francesco Calzona. El Nápoles fue décimo y ganar el título parecía una quimera. Nunca antes un equipo había llevado a cabo una remontada similar, pero llegó el de Lecce y removió los cimientos del club. Asumió con naturalidad que el ciclo de Oshimen había acabado y llamó a una revolución en la que llegaron dos jugadores que acabarían siendo definitivos. Uno fue McTominay, procedente del Manchester United, y otro un soldado curtido en mil batallas como Lukaku, un futbolista que con Conte se transforma y saca todo el potencial que le hizo ser uno de los puntas más cotizados de Europa.
Ellos fueron la imagen de un nuevo Nápoles. Llegaron también Alessandro Buongiorno, David Neres, Billy Gilmour o Spinazzola, jugadores que se ajustaron a la idea de Conte, que conoce a la perfección cada rincón de la Serie A. El sistema elegido fue un híbrido entre el 4-3-3 y el 4-2-3-1, una estructura capaz de variar según las exigencias del guion y que, en ningún caso, debilitaba una solidez que ha sido la gran cualidad del campeón. El Nápoles apenas ha recibido 27 goles, una fortaleza que ha pesado más que las cualidades ofensivas de otros equipos como el Inter, el Atalanta o la Lazio, conjuntos que han hecho más goles que los de Conte.
El Nápoles ha sido campeón con infinidad de nombres propios. En la defensa Amir Rrahmani y Giovanni Di Lorenzo han aportado su veteranía y en el centro del campo se han levantado dos pilares como Anguissa y McTominay. El primero ha sido un chico para todo y el segundo ha sumado 12 goles, seis de ellos en los últimos siete partidos. Arriba el hombre ha sido Lukaku, al que le cambia la vida cuando Conte está en la banda. El abrazo entre ambos tras la consecución del título, con lágrimas incluidas, es una de las imágenes del año en la Serie A y el mejor resumen de una carrera plagada de altibajos como la del punta belga. Esta vez le tocó llenar parte del vacío que dejaron Oshimen y Kvaratskhelia y lo hizo con trabajo, 14 goles, 10 asistencias y el tanto que sellaba el título tras una cabalgada para la historia.
Nápoles se volcó una vez más con el equipo y se pudieron ver las clásicas imágenes que rodean la atmósfera del Diego Armando Maradona. No faltaron los petardos en el hotel del Cagliari durante la noche anterior, el 'Live is life' de Opus durante el calentamiento, el 'Será porque te amo' de Ricchi e Poveri durante la celebración y los fuegos artificiales a la conclusión del choque. Todo ello con una histeria colectiva como solo se vive en Nápoles. Y eso que ya son cuatro Scudetti. Dos con Maradona sobre el césped y dos más con Maradona como testigo y esculpido en una estatua cuyo balón está, por error del artista, en el pie derecho. Así es el Nápoles, un club que brilla pese a sus imperfecciones.
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