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Tengo un amigo que no está bien de la cabeza, realmente creo que no tengo amigos que estén bien de esa zona, pero mi amigo ... Juan Carlos tiene el enorme mérito de destacar entre todos esos desregulados que me rodean. Últimamente mi amigo Juan Carlos ha dedicado su tiempo y sus febriles neuronas a sacar una cuenta que, intuyo, les va a explicar por qué nadie en mi entorno le reclama el trono de lo enfermizo a su cerebro.
Juan Carlos me citó el pasado martes con cierta prosodia en el bar de siempre porque tenía, me dijo, una información que darme. Nada más llegar y pedir las cervezas de rigor y la ración de oreja, que siempre se come él sólo pero fingimos que es para los dos, me alargo deslizándolo en la mesa un sobre cerrado sin marcas, como quien te acerca discreto el dinero que pìensa que vale tu prestigio, tu moral o tu alma, como en una peli de Raoul Walsh, como en cualquier asador de las afueras de una capital de provincias tras una comida con ese concejal que, se sabe, está dispuesto a escuchar con el bolsillo.
Mientras masticaba pesadamente la gelatina de cerdo, me hacía gestos presurosos para que abriera el sobre. Por supuesto que lo hice. Ponía en grande la cifra que han leído arriba: 37,53%.
No era el porcentaje de un posible negocio, era algo más loco y que, me parece, les va a explicar por qué solo quiero a mi alrededor a gente que no esté bien de la cabeza: mi amigo Juan Carlos se había inventado una fórmula matemática con la que, a partir de unos cuantos factores: peso, actividad, costumbres cotidianas, alimentación, lugar de residencia, longevidad familiar, consumos más o menos nocivos… y así hasta una lista de 100 variables, era capaz de calcular cuanta batería le quedaba a mi vida. Como un móvil pero, claro, sin posibilidad de recarga.
Así que, eso supe aquella mañana mientras JC mojaba en el aceitito de la oreja, que me queda ya algo menos del 40% de la vida. Lo cual, por supuesto, no incluye la posibilidad de un piano que se caiga de una ventana, un coche relleno de borrachos, una invasión zombie o, peor aún que todo, una desidia que me mate en vida antes de tiempo.
Por si fuera poco, en el siguiente folio que incluía el sobrecito, JC me avisó, mientras levantaba el brazo buscando al camarero para, seguro, pedir ahora una de boquerones en vinagre con patatas y oscilar el índice sobre la mesa para que nos renovasen las bebidas, me avisó, decía, de que había calculado algunas de las cosas que podría hacer con ese 37,53% para ayudarme a calcular cuánto tiempo era eso exactamente.
Me dijo que ese casi 40% era una 'playlist' de 7 millones de canciones, 175, 200 películas, unos 3.000 libros… Y no pude evitar pensar que también serían unos 400 disgustos, unas 6.000 satisfacciones, un número indeterminado pero alto de frustraciones y quizá uno bastante parecido y probablemente nunca superior de éxitos inesperados y probablemente inmerecidos.
Así que no me pareció mal lo que, al abrir el sobre me había parecido insoportable. Imaginaba a los replicantes de Blade Runner queriendo saber cuánta vida les quedaba y, ahora, entendía porqué les parecía tan importante, porque, al contrario que los humanos, ellos querían vivir. Le regale a Juan Carlos una de bravas.
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