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El triunfo, largamente esperado, del PSG en la final de la Champions ante el Inter de Milán celebrada este sábado en Múnich derivó en un ... estallido de violencia intolerable en el corazón de París, donde miles de aficionados del equipo de Luis Enrique se habían congregado para ver el partido en pantallas gigantes y con la intención, se suponía, de festejar una eventual victoria de los suyos. La noche trocó el jolgorio más saludable, la inigualable comunión colectiva que galvaniza el fútbol, en unos altercados cuya gravedad la describen sus cifras: dos muertos, dos centenares de heridos y medio millar de detenidos. A la espera de despejar las motivaciones exactas de ambos fallecimientos y de calibrar hasta qué punto el ingente dispositivo de seguridad, con más de 5.000 agentes desplegados, resultó verdaderamente efectivo, los responsables del mismo han vinculado los altercados con actitudes saboteadoras y de pillaje que se camuflan en torno al fútbol. Nada nuevo, aunque sí inquietante por su envergadura. Y una nueva llamada de atención a clubes y aficionados para que ellos mismos levanten el primer dique de contención frente a los violentos. Lo que exigiría revisar la lista de detenidos y que el PSG adoptara medidas para los que integren su cuerpo de seguidores.
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