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Miércoles Naufragio
Usted es pobre. Su país hace mucho que se fue a la mierda, o quizá nunca terminó de salir de ella, vaya usted a saber. Pero las cosas empeoran. Llueve menos, hace más calor, hay más hambre. Hay terroristas, señores de la guerra. Mira a sus hijas y las ve crecer y reír. No quiere, de verdad que no, que pasen lo mismo que le ha tocado a usted. Quiere algo mejor para ellas y por la tele ve que hay países donde eso es posible. Cierto, usted es negra y los que aparecen en esas series son todos blancos, pero de vez en cuando atisba a algún africano con buena cara en alguna película. Y el primo Yusuf manda fotos por el móvil. Se le ve bien, aunque lleva un abrigo muy gordo. Debe hacer frío allí.
A usted le gustaría quedarse, pero poco a poco se va convenciendo de que tiene que irse. Por usted y por ellas, por ellas. Quizá ... intenta usted hacerlo por alguna vía legal, pero pronto choca con que ese camino, en realidad, no existe. Solo está el otro.
Así que coge usted a sus hijas pequeñas y se va. Un tipo al que conoce un amigo de un primo le ofrece una ruta. Es cara, todo lo que usted tiene o casi. Son miles de kilómetros hasta la costa, y luego un barco.
El camino no es fácil. Intenta usted mantener con vida a las niñas y a usted misma, que coman, que no la violen a usted o a ellas en algún monte, que no tengan miedo. Que suban a la barca. Ven cómo se aleja la arena de la orilla: allí queda todo lo que conoce, piensa con el corazón encogido. Pero lo de delante tiene que ser mejor. No puede ser peor.
La travesía es un infierno. Casi todos son hombres, algunos con unos ojos de desesperación cuando la miran que asusta. Usted deja detrás a las niñas, por si acaso, intenta esconderse, hacerse invisible y dejar que pasen las horas y las olas en una barcaza que, por lo menos, parece flotar sin demasiadas dificultades.
Una mañana aparece allí una costa. «España», le dice uno. No ve mucho desde la distancia. Le parece ver otra arena, quizá algunos edificios en la distancia.
Los han visto. Se acerca un barco rojo con gente blanca vestida de amarillo. Hay sonrisas en la barca, y nervios. Han llegado, no como otros. Y entonces.
Qué pasa. Parece que todo el mundo se ha ido de repente a la derecha, el barco empieza a moverse de lado a lado, a dar bandazos. Y de pronto está usted debajo de él, agarrando a una niña. ¿La otra? No sabe. Recibe diez golpes, cien patadas. Se queda sin aire. La niña se le escapa. ¿La otra? No. Usted ya no sabe más.
Martes Lengua
Ojalá que las cosas de la lengua las pudiéramos ver con los ojos de la lógica. Es el mío un ojalá desesperanzado, porque no creo que eso ocurra nunca. La lógica dice que un país en el que haya muchas lenguas es un país rico. Una lengua es una manera de pensar y eso trae contraste, riqueza, evolución, cambio. Hay además, un idioma común en el que todos podemos entendernos y nos entendemos, y resulta por añadidura que esa lengua común la hablan muchos millones de personas en otros países. Tenemos mucha potra, no me negarán.
Si uno es nativo en dos idiomas (y puede aprender más) es rico. Y cuando tiene delante al que habla uno de esos dos, qué felicidad. Puede entenderse sin problemas, viva.
Pero si usted habla catalán y castellano y exige poder hablar en catalán con quien habla castellano, algo está fallando. Y que tan simple idea escandalice es una señal de que, en realidad, la lengua nos importa un comino.
Viernes Juicio
Sigo horrorizado las crónicas del juicio por el atropello mortal de Haro. Pobre del jurado que debe decidir: el dolor es inmenso en la familia de la víctima, y no parece menor en la del autor. Qué tremenda es la enfermedad mental, el dolor de los padres de quien la sufre, y qué tremendo es decidir si esa enfermedad es suficiente como para eximir a alguien de la muerte de un chico que sólo estaba ahí. Qué terrible es la vida, qué solos están los familiares de un esquizofrénico, qué huérfanos los de la víctima. Cuánto dolor.
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