Trump se regala un desfile de vanidad
250 años del Ejército Continental ·
El presidente aprovecha la efeméride para celebrar el próximo 14 de junio, coincidiendo con su 79 cumpleaños, un acto para mostrar el poderío militar estadounidenseSecciones
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250 años del Ejército Continental ·
El presidente aprovecha la efeméride para celebrar el próximo 14 de junio, coincidiendo con su 79 cumpleaños, un acto para mostrar el poderío militar estadounidenseEstados Unidos nunca ha sido de desfiles militares, pero eso no ha frenado a Donald Trump, que el próximo sábado celebrará uno por todo lo ... alto. El presidente, que evitó ir a la mili, siente una especial fascinación por el 'ethos marcial' desde que, con 13 años, su padre le internó en la Escuela Militar de Nueva York. Pero lo que le dejó deslumbrado fue la pompa militar del Desfile del Día de la Bastilla que en 2017 presenció en París junto al presidente francés Emmanuel Macron, y que le animó a planear uno propio durante su primera administración. Pero consejeros militares se lo quitaron de la cabeza. «Eso es lo que hacen los dictadores, no las democracias», le dijo el secretario de Defensa Jim Mattis, recuerda el coronel retirado Lawrence Wilkerson, veterano del Pentágono, en una entrevista telefónica desde Virgina con este periódico.
Pero este año, con una segunda administración sin oposición, Trump celebrará el 14 de junio su ansiado desfile militar coincidiendo con su 79 cumpleaños. «Me perdí esos cuatro años, y ahora lo tengo todo. Es sorprendente la forma en que las cosas funcionan», manifestó el 25 de mayo durante un discurso del Día de los Caídos en el Cementerio Nacional de Arlington.
Pero el desfile, que marca los 250 años de la fundación del Ejército Continental, no ha caído bien entre el estrato castrense en un momento de cierta desilusión patriótica que contrasta con el narcisismo que destila la nueva administración.
La última vez que EE UU celebró un desfile marcial fue durante la presidencia de George Bush padre con motivo de la celebración de la victoria de la Guerra del Golfo en 1991. Más de 8.000 tropas marcharon por la Avenida Constitución de Washington DC entre aviones de combate, tanques y misiles Patriot ante 200.000 personas y con un coste de 12 millones de dólares. El coronel Wilkerson, asesor del entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto Colin Powell durante la Guerra del Golfo, al mando de la 'Operación Tormenta del Desierto' en Irak, lo recuerda bien. «En mis más de 30 años de servicio militar, y mis más de 50 años de servicio gubernamental, nunca he visto nada igual», dice.
Según cuenta, Bush tenía dudas sobre el evento, que siguió adelante porque Powell y el general Schwarzkopf querían homenajear a las tropas. «Powell se había impuesto la misión de rehabilitar a las fuerzas armadas tras el descrédito de la guerra de Vietnam, y la Guerra del Golfo era la primera victoria desde entonces», indica.
Aquella fue la primera parada marcial en 50 años desde los dos desfiles de la Segunda Guerra Mundial: el Desfile del Ejército el 13 de junio de 1942 por la Quinta Avenida de Nueva York en apoyo a las tropas, un evento masivo de casi 11 horas ante más de 2 millones de espectadores, que el diario New York Times llamó la «primera gran exhibición militar» de la guerra. Y el de la Victoria de 1946, que congregó a más de 10.000 soldados con la 82a División Aerotransportada, docenas de tanques y vehículos militares entre miles de personas.
Sin embargo, el desfile de este año encuentra al ejército con la moral baja, desencantado por el despilfarro generalizado y con mucha incertidumbre por el desenfoque de los objetivos militares. «Hay mucho descontento en las filas», dice Wilkerson. «Y una gran irritación», insiste. «Es una vergüenza que estemos gastando billones de dólares en las fuerzas armadas y que la mayor parte de ese dinero, el 60%, no vaya a mejorar la capacidad de combate de los militares o sus vidas, sino a Lockheed Martin, Raytheon RTX, Northrop Grumman, y al resto de los contratistas de defensa que presionan al gobierno para hacerse con ese dinero».
Wilkerson habla de la inspección que el Secretario de la Marina, John Phelan, realizó en mayo en el cuartel de la base naval de Guam, donde encontró en condiciones deplorables las viviendas de las tropas. «Las paredes infestadas de moho, el cableado eléctrico expuesto, el aire acondicionado sin funcionar con temperaturas de 38 grados, radiadores estropeados en inviernos a bajo cero, falta de iluminación...». Dichos informes causaron indignación entre los rangos militares, que criticaron el abandono generalizado que sufren las fuerzas armadas. Un reacción que arrancó un compromiso por parte del Congreso para mejorar los cuarteles. Pero el nuevo enfoque choca continuamente con las prioridades cambiantes y las limitaciones presupuestarias que ha impuesto la administración Trump.
La Casa Blanca cifra en 45 millones la factura del desfile del próximo sábado, pero los costes escondidos, como el daño que causan a la infraestructura local los vehículos pesados, podría disparar la suma final hasta los 100, calcula Wilkerson. «Cacahuetes en comparación con el valor [¿emblemático?] de celebrarlo», apunta el presidente. Un derroche innecesario del dinero de los contribuyentes, lamenta el coronel, en un momento en que la propia administración Trump lleva a cabo despidos masivos y recortes de programas de ayuda a los veteranos.
Pero el espectáculo debe continuar y ya están casi listos los preparativos para el desfile, que partirá de las instalaciones del Pentágono en Arlington, cruzará el Potomac sobre el Puente de la Memoria, girará al oeste del monumento a Lincoln y de ahí a la Avenida de la Constitución hasta la plaza de la Elipse. Un gran despliegue de nostalgia que exhibirá tecnología militar de hace décadas, como los tanques Abrams M1A1, los blindados de transporte Stryker, los Bradley de combate y los obuses M109 Paladin. También habrá reliquias de la II Guerra Mundial, incluidos los tanques Sherman, un caza P-51 Mustang y un bombardero B-25.
Bandas militares, 6.600 soldados, aviones y helicópteros, recreadores históricos, grupos de veteranos y un salto de paracaídas que aterrizará en la Elipse para diversión de la nueva realidad de Washington. Fuegos artificiales y conciertos para terminar la fiesta. Despliegue de vanidad y demostración de poder militar para impresionar a los déspotas del mundo que Trump tanto admira, y salir al paso de los que ya anuncian la caída del imperio americano.
El coronel Larry Wilkerson no asistirá al desfile. «Tuvieron que convencerme para que fuera al de la Guerra del Golfo, y fui porque estaba mi jefe, Colin Powell. A la mayoría de los soldados estadounidenses no les gustan los desfiles», concluye.
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