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Antonio Muñoz Molina, durante la presentación de 'El verano de Cervantes' Esther Vázquez

Muñoz Molina elige a Cervantes para volver a mirar el mundo y sus recuerdos

Ensayo ·

El escritor se zambulle en el Quijote con 'El verano de Cervantes', donde explora su inmenso impacto en otras literaturas, así como en su propia vida

Viernes, 6 de junio 2025, 00:34

Lo primero que dice Antonio Muñoz Molina sobre esto de enfrentarse a un clásico es que no hay que verlo así: «Un clásico suena a algo intimidante, una cosa indiscutible, maciza, antipática. El Quijote es lo contrario, es experimental, creado a veces sobre la marcha, una parodia de los libros de caballerías que es irreverente, cómica, con una parte muy insolente». Un buen punto de partida para 'El verano de Cervantes', su nuevo ensayo publicado por Seix Barral, que ya tiene una larga historia.

En 2016 —cuarto centenario de la muerte del alcalaíno— Muñoz Molina llevaba un año tomando notas manuscritas sobre el Quijote. Ahí mezclaba recuerdos, reflexiones e investigación, pero decidió no apresurarse con «la rimbombancia de los aniversarios» y la cocción del texto ha durado finalmente una década. Podía haberse quedado en borrador, pero decidió darle el impulso final: «Cuando ya lo metes al ordenador, como indica la palabra, empiezas a darle un cierto orden. Por falta de un último empeño varios libros en los que trabajé mucho se quedaron sin terminar». El escritor ha rastreado a conciencia el impacto de Cervantes en las literaturas de otros países. Habla de Flaubert, y esa edición para niños del Quijote de 1828 que pudo ver expuesta en su casa museo —«su biblioteca se conserva, hay países que conservan esas cosas»—, o de Stendhal, que pudo reírse por primera vez tras la muerte de su madre gracias al libro, para monumental enfado de su estricto padre.

También Melville, Mark Twain, George Eliot —la protagonista de 'Middlemarch' se llama Dorotea por la de Cervantes—, Faulkner, o «Charlotte Lennox, que publicó una novela con éxito extraordinario, 'The Female Quixote'». En él la protagonista se obsesiona con las novelas románticas francesas, y piensa que a su alrededor todos son personajes. «Una de sus muchas lectoras fue Jane Austen, que luego escribiría el muy quijotesco 'La abadía de Northanger'. La idea de la emancipación a través de la lectura y la imaginación era muy atractiva para mujeres que se veían muy atrapadas en un mundo patriarcal donde su lugar era muy escaso». Fiel a su estilo, pone mil ejemplos más.

Antonio Muñoz Molina, durante la presentación de 'El verano de Cervantes' Esther Vázquez

En España, en cambio, el cuento es otro. «Es una de las grandes paradojas de nuestra cultura. Mientras el Quijote fecundaba literaturas que parecían muy ajenas, aquí permanecía prácticamente ignorado y sin dar ningún fruto casi hasta Pérez Galdós». A la hora de hablar de la vigencia del texto, por ejemplo en la representación de las mujeres, puntualiza: «Tenemos que tener en la cabeza que Cervantes es un escritor del siglo XVII, no del XXI. De tanto admirarlo queremos que se parezca a nosotros, en lugar de que se parezca a sus contemporáneos. Muchos de sus personajes tienen opiniones vulgares sobre las mujeres, pero toda la novela está cruzada por personajes femeninos extraordinarios, y esto no son elucubraciones que hago para halagar el gusto contemporáneo». Menciona especialmente a Marcela, con su gran monólogo tras la muerte de Grisóstomo de la que se le acusa por no corresponder su amor: «¿Por qué tengo que amar a quien quiere que lo ame? Libre nací, y para vivir libre elegí la soledad de estos campos». Lo que le interesa a Antonio Muñoz Molina de quien escribe, dice, no son sus opiniones, sino sus personajes.

La influencia de una obra en una vida

«La influencia mayor que puede tener un artista sobre uno es sobre tu mirada, tu manera de entender el mundo. Lo que he aprendido de Cervantes es la curiosidad universal, y el sentimiento de que hay que desconfiar de las grandes declaraciones. Él siempre está ironizando, si empieza una frase elogiosa, en la segunda mitad hace un chiste o dice lo contrario». Por ejemplo, cuando todos lloran en el lecho de muerte de Alonso Quijano, «pero también reían, porque esto de heredar a todo el mundo le alegra», o cuando llega el final: «Y entonces dio su espíritu. Quiero decir que se murió».

Muñoz Molina, momentos antes de su presentación. Esther Vázquez

La vida de Cervantes es la clave para entender, según Muñoz Molina, su capacidad irónica, paródica, desconfiada del poder. «Su niñez, con ese padre extraño, sordo y muy pobre, su viaje a Italia, con esa parte más alegre y vital donde descubre la apertura del mundo, participar en Lepanto, que es como estar en el Desembarco de Normandía, pasar luego ocho meses al borde de la muerte», y después mucho más: «Cinco años preso en Argel, en otro mundo, viviendo algo inaccesible para cualquiera en España. Y luego aquí intentando abrirse paso como escritor». Toda esa experiencia, «esa vida de una complejidad muy grande», le lleva a ese instinto de burlarse de todo, «incluso de lo que más amaba: la literatura». Y esta mirada es aplicable al mundo de hoy. «Es una herramienta de resistencia humanista, más actual que nunca. Tenemos que esforzarnos por mantener nuestra humanidad y nuestra libertad de espíritu. Y a ser posible, la de expresión también».

De lo universal a lo personal

Todo esto lo mezcla Muñoz Molina con recuerdos dispersos a lo largo de su vida. Además de hacerse la ruta del Quijote por lugares como El Toboso o los molinos de Puerto Lápice, la reflexión sobre realidad y ficción —y la confusión entre ambas— le traen recuerdos de juventud. «Nosotros también nos alimentábamos de libros de caballerías: veíamos películas del oeste donde los protagonistas eran caballeros andantes que iban haciendo la justicia».

Algunos lo llevaron demasiado lejos, como un vecino que una vez participó en el rodaje de 'Curro Jiménez', y después «empezó poco a poco a ir por la calle vestido como en la serie. Después abrió una taberna y la llamó Curro Jiménez. Terminó la serie y pasó de moda y él seguía por la calle vestido así». Incluir esos recuerdos en el resto del libro era un reto, un reto buscado, porque «lo que estaba actuando dentro de mí era como esa búsqueda de qué hacen, qué lugar ocupan los libros y la ficción en general en la vida. Y eso también me fue llevando a la labor que puede tener un libro de refugio en momentos de enfermedad o de aflicción, momentos en los que sientes la extrañeza del mundo exterior».

Antonio Muñoz Molina, durante la charla sobre 'El verano de Cervantes' Esther Váquez

De nuevo, esto no es nada del pasado o que solo le pase al personaje de Don Quijote: «La mente humana está muy dotada para dejarse abducir por la ficción. Engañar al cerebro es facilísimo. Y una de las cosas para las que nos educa la literatura es para distinguir lo real de lo que no es real. Cuando ahora vemos la facilidad con la que la gente se queda helada en las pantallas toda la noche, se podría decir lo que dice Cervantes del Quijote leyendo sin parar: que pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio... y ya se olvidó de vivir».

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