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Animales de compañía

Planetización humana

Juan Manuel de Prada

Viernes, 06 de Junio 2025, 10:07h

Tiempo de lectura: 3 min

Como tengo fama de tecnófobo o ludita, son muchas las personas que me cantan las loas de la inteligencia artificial, como si quisieran tentarme. Pero tratar de tentarme a mí –un tipo que escribe a mano novelas de mil seiscientas páginas– con novedades tecnológicas es como tratar de tentar al marqués de Bradomín con el amor de los efebos.

La inteligencia artificial, a la postre, pretende que todo el mundo piense lo mismo

En realidad, como cualquier persona curiosa, he probado a hacer muchas preguntas a la inteligencia artificial; y sus respuestas siempre me han parecido mansuetas y consabidas, una farfolla pálidamente erudita, pálidamente tópica, pálidamente progresista; además, he descubierto que, bajo su apariencia atildadita e irreprochable, la inteligencia artificial desliza muchos errores y hasta citas apócrifas (y lo hace, evidentemente, porque ha sido programada para hacerlo). Escribía Marcuse en El hombre unidimensional que «la tecnología sirve para instituir formas de control y de cohesión social que resulten más efectivas y agradables». Y, oponiéndose a esa resobada y camastrona sentencia que afirma que «la tecnología es neutral», afirmaba que «la sociedad tecnológica es un sistema de dominación» cuyo fin último no es otro sino «determinar la vida» de la gente.

La tecnología nunca ha sido neutra, mucho menos en esta fase terminal y posthumana de la Historia; y, desde luego, tampoco lo es la inteligencia artificial, que ha sido creada y financiada con el propósito de obtener una recompensa. Y no nos referimos tanto a una recompensa meramente material (aunque también), sino más bien a otra de índole 'espiritual'. La inteligencia artificial, a la postre, pretende que todo el mundo piense lo mismo; o, dicho más exactamente, pretende que la gente deje de pensar, para adoptar unánimemente el 'pensamiento' que la tecnología brinda instantáneamente. ¿Y en qué consiste ese 'pensamiento' que la inteligencia artificial nos brinda? En un recuelo de erudiciones postizas, en una acumulación de datos sesgados, en un compendio de ciencia divulgativa que formatea las mentes (y las almas) en una ideología nebulosa, ese pálido progresismo al que nos referíamos más arriba, que concede astutamente a sus usuarios la limosna de seguir profesando sus respectivas ideologías (igualmente memas), pero les arrebata la posibilidad de concebir siquiera una visión alternativa de la realidad. Se trata de un proyecto de uniformización que convierte los más hórridos proyectos colectivistas en inofensivos juegos infantiles, o en chapuceras ingenierías sociales; todo lo criminales que queramos, pero en cualquier caso mucho más defectuosas que criminales.

La inteligencia artificial, por el contrario, propone una uniformización de las almas indolora, aséptica, amable, incluso redentora; porque hace creer a sus usuarios que suple sus lagunas, sus carencias, sus falibilidades e ignorancias. Los 'empodera', a la vez que los despoja de lo que los hace humanos, que es su especificidad, su unicidad, su alma singularísima y nunca repetida; y de este modo, haciéndoles creer que tienen todo el conocimiento del mundo a su disposición, no hace sino brindarles la vida propia de los insectos (que es también la vida de las máquinas): una vida indistinta, gregaria, refractaria a toda forma de disidencia, de mónadas idénticas que forman parte de un enjambre o nube de moscas (aunque, por supuesto, la tecnología brinda siempre un espejismo de individualismo liberador, que no es otra cosa sino desarraigo de las realidades cálidas que integran nuestra humanidad). Y las personas que llevan esa vida homogénea pueden llegar a confundir los 'pensamientos' inducidos que les brinda la llamada inteligencia artificial con lucubraciones propias. Aquel anhelo protervo de lograr una «mente colmena» en la que los seres humanos fuesen deglutidos y convertidos en átomos intercambiables, de racionalidad puramente funcional, se hace realidad con la inteligencia artificial. No deja de tener su gracia siniestra que este anhelo se parezca monstruosamente a la 'noosfera' del teólogo visionario Teilhard de Chardin, que imaginó una época futura en la que un vasto tejido nervioso o «envoltura pensante» uniría el pensamiento de todos los hombres, hasta lograr la «planetización humana». Teilhard pensaba que esta 'noosfera' era el paso previo a la delirante fusión de una Humanidad de superhombres con Cristo; la 'noosfera' de la inteligencia artificial, por el contrario, es el paso previo a la fusión de una nube de insectos con el Señor de las Moscas. No olvidemos que la principal misión diabólica es uniformizar a quienes Dios creó distintos; nunca esa misión proterva ha estado tan cerca de hacerse realidad.


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