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Mi hermosa lavandería

La chica dormida de Leipzig

Isabel Coixet

Viernes, 06 de Junio 2025, 10:02h

Tiempo de lectura: 2 min

Lee Miller capturó esta escena: tres personas yacen muertas en una oficina llena de polvo al final de la Segunda Guerra Mundial. El alcalde de Leipzig, Alemania, su esposa y su hija se suicidaron con cianuro por temor a represalias de las tropas aliadas que asaltaron la ciudad. El potente flash de Miller ilumina los cuerpos desde arriba, así como un escritorio en primer plano. La luz apenas llega al fondo de la habitación, donde un retrato enmarcado de Adolf Hitler se apoya en el marco de una puerta, perdiéndose en la oscuridad. A primera vista, las tres figuras parecen estar durmiendo. Sus cuerpos se desploman suavemente, casi con elegancia, sobre los muebles. Posteriormente, Lee reencuadró la fotografía para mostrar sólo a la hija.

Estas fotos desacralizan el horror. Permiten reconocer lo ridículamente mortales y pequeños que son los dictadores. Y lo patéticos que somos los seres humanos al dejarles llevar a cabo sus planes criminales

¿Por qué me obsesiona esta foto hasta el punto que tengo una copia sacada del negativo original firmado por Penrose, el hijo de Miller? Podría justificarlo: es la imagen hecha por una artista con casco de fotoperiodista que sabe trascender  el puro testimonio histórico, la composición, la luz, bla-bla-bla. Son todas esas cosas y a la vez ninguna de ellas.

Creo que fue esta la primera fotografía de Lee Miller que vi. Esta y la de la fotógrafa bañándose en la bañera de Hitler el 30 de abril de 1945. Toda la obra de la artista me parece sublime y, sin embargo, hay algo en estas dos imágenes que va más allá.

Ambas desacralizan el horror: ver a una mujer bañándose con una manopla blanca en la bañera de Adolf Hitler, tres días después de su suicidio, cuando aún la guerra no había oficialmente terminado, es un acto extrañamente liberador. Es la pervivencia de la vida sobre la muerte. Es reconocer lo ridículamente mortales y pequeños que son los dictadores. Y lo patéticos que somos los seres humanos al dejarles llevar a cabo sus planes delirantes y criminales.

Resulta curioso ver que en la película dedicada a ella, protagonizada por Kate Winslet, esta imagen es recreada en el color original verde: es infinitamente más creíble en el blanco y negro y todas las tonalidades de gris de la foto original.

Lee Miller fue una de las primeras personas en entrar en el campo de concentración de Dachau y fotografiar a los escasos supervivientes. Lo que vio y fotografió allí la marcó para siempre. En uno de sus textos publicados en Vogue dice: «Los seiscientos cadáveres apilados en el patio del crematorio, debido a la escasez de carbón en los últimos cinco días, habían sido retirados hasta que solo quedaron cien; y las manchas de muerte habían sido lavadas... los cuerpos en los puestos  eran maniquíes en lugar de hombres casi muertos que podían sentir pero no reaccionar». 

Tras la guerra, Lee Miller colgó la cámara y no volvió a tomar fotografías más que esporádicamente. 

En realidad, como tantas cosas en la vida, no sé por qué me fascina la foto de la hija muerta del alcalde de Leipzig. Sólo sé que cada día, cuando estoy en casa, la miro unos instantes y, extrañamente, me reconforta...

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