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«La mayoría de los adultos se comportan como niños de 8 años cuando no consiguen lo que quieren o sienten emociones incómodas». Se lo ... dijo su psicóloga a Mel Robbins, conferenciante estadounidense y autora del superventas 'La teoría 'Let them'. La clave está en soltar', en el que enseña cómo gestionar las emociones para comportarnos como los adultos que somos en lugar de como los niños que fuimos.
«Los adultos tenemos rabietas. Todos», confirma la psicóloga Silvia Álava, aunque el término que se utiliza con los mayores es 'estallido emocional'. «En ocasiones, el estallido se manifiesta con una mala contestación, malas formas, agresividad... En otras, la persona se encierra, no quiere hablar y siente gran ansiedad. Parece que solo el que chilla pierde la razón y es el que peor regula, pero no es así». Porque a ambos, al que chilla y al que se calla, les pasa lo mismo. «Se produce un 'secuestro de la amígdala'. La parte donde se sienten las emociones se activa tanto que impide que la corteza prefrontal, encargada de regular estas emociones, las gestione. La emoción toma el mando y no somos capaces de dar una respuesta racional».
– ¿Qué hacer en ese momento?
– Parar. En una discusión, irse cada uno a una esquina. Lo primero es dejar de actuar en piloto automático e ir a conducción manual, es decir, darme cuenta de que me estoy desregulando, crear consciencia de que he perdido el control. Luego, ya puedo respirar, beber un vaso de agua… y tratar de localizar el disparador. A veces no discuto por ese pequeño encontronazo, sino que eso es la gota que colma el vaso. Y estallo de una forma que, desde fuera, se antoja desproporcionada. Pero es que el estallido viene de atrás.
De ahí que evitar que el vaso rebose es la primera clave para que no nos asalte la 'rabieta'. «Hay que ser asertivos y decirle a esa persona 'cuando haces esto, me siento mal…'». Lo hacen los niños mejor que nosotros. «Aunque algunos críos 'tragan' mucho, la mayoría no llena tanto el vaso, estallan mucho antes». La diferencia entre su rabieta y la nuestra es que ellos no pueden regularse solos. «La corteza prefrontal, encargada de la gestión de las emociones, empieza a desarrollarse a los 4 años y no termina de hacerlo hasta los 25». Esto es, los adultos, aunque nos cueste, tenemos capacidad de autorregularnos; ellos, no.
Preguntamos a Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y en Pedagogía, si los niños con muchas rabietas serán adultos así. «No necesariamente. Lo serán si no hubo una adecuada canalización de los estallidos en la infancia. En ese caso sí que es más probable que de adultos se presenten dificultades similares, hasta el punto de convertirse en personas con baja tolerancia a la frustración, impulsivas o irascibles».
Mel Robbins pone un ejemplo de manual: un niño pequeño está con su madre en una tienda y ve un juego de Lego. Lo quiere, pero como su madre no se lo compra, empieza a llorar, a gritar, patalea en el suelo… «Yo habría hecho una de estas tres cosas: o le compro el Lego o le grito para que se calle o me escondo para ver si, al no verme, se asusta y deja de patalear». Tres errores. «Hay que dejarles llorar, suplicar o hacer lo que necesiten el tiempo que sea necesario. Si no transitan la oleada de emoción entera, sin un adulto que les grite '¡cálmate!', '¡qué tontería!', 'estás exagerando'…, no aprenderán a procesar las emociones de una forma sana».
«Cuando le pedimos a un niño en plena rabieta que se calme le estamos pidiendo algo que le queda grande, que no sabe hacer. Así que nos toca a los adultos ayudarles a regularse, y eso no significa ni echarles la culpa sin explicación ni, lo que es más grave aún, 'pedirles' en el fondo que ellos nos regulen a nosotros. Cuando nos enfadamos y decimos: 'es que eres tú, es que no te das cuenta'… les estamos pidiendo que nos regulen ellos. Y debe ser al revés. ¿Cómo? acompañándoles pero poniéndoles límites claros», señala Silvia Álava. Coincide Martínez-Otero: «El desarrollo del autocontrol en los niños no depende solo de factores biológicos o madurativos, sino también del entorno en el que crecen. Un niño que crece en un ambiente apropiado, con modelos adecuados y límites aprende a autorregularse mejor».
El problema es cuando los adultos no les proporcionamos esos entornos sanos. «Tendemos a reprimirles. Porque cuando le decimos a un niño que deje de llorar le estamos enseñando a reprimir sus sentimientos, a distraerse de las emociones humanas normales, a evitarlas, a apagarlas… Y ese es el esquema que tendemos a repetir de adultos», advierte Mel Robbins. Que insiste en dejar aflorar las emociones: «Si nos despiden, es normal que nos sintamos frustrados. Si rompemos con la pareja es normal sufrir una etapa depresiva. Son reacciones apropiadas que demuestran que nuestra mente funciona como debería».
Dos manifiestaciones de una 'rabieta adulta'
Lo 'visible': explosiones de ira que se traducen en reacciones agresivas como gritos, insultos o reproches ante situaciones que no lo justifican. A veces, también golpes, explica el psicólogo Valentín Martínez-Otero.
Lo menos 'visible': hay manifestaciones más difíciles de detectar como la ironía o el sarcasmo con carga hostil, actuar con desdén, conductas de huida, quejas constantes y victimismo.
Es importante identificar cuando nos asalta una rabieta… y verla en los demás. «Un caso habitual es que alguien te ignore o te haga el vacío, lo que se conoce como 'la ley del hielo'», señala Mel Robbins en su libro 'La teoría 'Let them'. Explica que «es el tipo de comportamiento de un adulto inmaduro cuando se enfada y no sabe cómo gestionar sus emociones de una manera saludable: deja de hablarte, fingiendo incluso que no pasa nada, llegando al punto de ignorarte. Como para la persona que recibe ese comportamiento es doloroso, tendemos a preguntarnos qué hemos hecho mal. Y eso es justamente lo que esa persona quiere, que vayas y le preguntes: '¿qué he hecho mal?'». No has hecho nada. Así que en lugar de dejar que nos convierta en «víctima de su inmadurez» la escritora propone que no hagamos caso. «Déjale enfurruñarse, déjale que siga haciendo como si nada, déjale que no te hable… No es tu responsabilidad lidiar con las emociones de los demás».
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