Óliver Laxe

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Óliver Laxe
Asegura Óliver Laxe que su Palma de Oro particula han sido las decenas de mensajes que ha recibido de 'ravers' diciéndole que por fin se ven representados en una película «con respeto, apertura y sin juicio». Esa cinta es 'Sirât', la descomunal obra que este viernes llega a la cartelera y que se hizo con el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes. Sensorial, hipnótica y brutal, la película sigue a Luis, al que da vida Sergi López, a su llegada a una rave perdida en medio de las montañas del sur de Marruecos. Busca a su hija, que desapareció hace unos meses en una de esas fiestas, pero al no encontrarla decide seguir a un grupo hasta otra celebración que tendrá lugar en el desierto. Llena de imágenes poderosas, esta atípica película de aventuras se queda inevitablemente anclada en la memoria.
-¿De dónde surge una película tan atípica?
-En una sociedad tan tanatofóbica, donde hemos extirpado la muerte y escapamos de manera angustiosa de ella, yo necesitaba experimentarla o meditarla o vivirla. Entonces, tenía ganas de invitar al espectador a un ceremonial en el que se experimentara, de alguna manera, la muerte, pero como una puerta a hablar con más claridad y madurez con la vida, no la muerte como un lugar estanco, sino como la puerta a más y mejor vida. Y luego, bueno, pues surgen imágenes, la peli se va haciendo, ¿no? Me llevaría horas hablarte de toda la arqueología, de cómo surgen las capas, pero sobre todo era eso: creer que el cine sigue siendo un espacio donde se pueden experimentar emociones fuertes que ya no sentimos en nuestras vidas porque le hemos dejado toda esta responsabilidad a instituciones religiosas o porque tenemos un tipo de formación que es la acumulación de información y nos hemos desprovisto de toda formación esotérica, espiritual... Ya no tenemos esos ritos de paso que son tan necesarios.
-Es duro, supongo.
-Claro que es duro. O sea, vivimos en una sociedad, y yo me incluyo, donde nos cuesta mirar adentro porque lo que hay dentro nos genera aprensión, pero es necesario. Así que esta película es una trampa para que, en este momento de tanta distracción y de tanta narcosis en el que estamos, miremos un poco adentro, que es la única manera de ser libres y de tener menos angustia. Es como si a través de la angustia, hicieras un camino para tener menos angustia. A través de esta religión que es el 'sufrismo' (ríe), te emancipas y te liberas.
-'Sirât' es, en esencia, una película de aventuras en la que su protagonista también aborda un viaje interior.
-Sí. Es que las aventuras, históricamente y mitológicamente, tienen esas dos dimensiones. Son las peripecias del héroe. En este caso atraviesan ríos, montañas, hay muchas vicisitudes, pero luego, en paralelo, es una aventura interior y espiritual en la que al héroe se le cuestionan sus valores y aparecen el ego y los miedos, mientras el héroe intenta conectarse consigo mismo y dejar de tener angustia, miedo y lanzarse al vacío.
-Pese a que la cinta contiene momentos muy duros, da la sensación de que usted confía en el ser humano y en la colectividad.
-Tota, total. Es que eso es lo complejo de la película, verdaderamente. Y eso es gracias al cine y a la capacidad que tienen las imágenes de tener luz porque podrías decir que la cinta es pesimista o nihilista y en absoluto. O sea, la película nos recuerda que somos eternos, o tiene esa intención. Yo asumo que el espectador a lo mejor sale del cine y no tiene por qué entenderlo así, pero yo sé que sí va a sentir, que es benéfica y que no te deja en cierto desasosiego, sino que remueve y rasga por dentro de manera benéfica y nos recuerda sutil y secretamente que estamos en un camino que es duro, que tiene curvas y abismos a ambos lados, pero que tiene unas vistas celestiales.
-¿Conocía ya el mundo de las raves?
-Bueno, en la adolescencia, estuve en algunas, pero fue viviendo en Marruecos cuando volví a conectar. Vivía en El Palmeral, en Marrakech, y estaba preparando 'Mimosas' y, de repente, una noche empecé a escuchar 'beats' de música. Habían organizado una rave cerca de donde yo vivía y encontré en esta comunidad de 'ravers' vasos comunicantes conmigo y con la tradición también.
-¿Con la tradición?
-Bueno, yo creo que como se dan tanto a su intuición y están tanto en abandonarse a la vida, surge en ellos de manera muy instintiva ciertos gestos tradicionales como el bailar, que es un rezo que se hace desde la edad de piedra, desde tiempos inmemorables, en el que el ser humano transforma su energía y se somete a esas energías que lo trascienden. Hay una suerte de neotribalismo en ellos, que me parece sano, y luego está todo muy mezclado con un rollo un poco 'new age', mezcla de dioses yde tradiciones, que pienso que no son emancipadoras, además del tema de las drogas que tampoco lo son.
-¿Y en qué conecta con ellos?
-Pues con esa sensación, que es muy generacional, de que este mundo no es sostenible. También con esa idea de que somos hijos de la ilustración, de las luces, y guay y genial, pero nos damos cuenta de que hay que coger otro camino. No diría desertar, porque hay que ser de este mundo sin serlo, pero sí que hay que coger otro camino. Y después también me gusta de ellos que conviven más con su carencia infantil, conviven más con su herida de niño, que todos tenemos. Parto de la base de que estamos todos rotos, pero ellos conviven más con esa herida. En el resto de la sociedad, estamos más en un mecanismo de defensa, de identificarnos con la imagen idealizada de nosotros y para mí ha sido un proceso muy bueno este, de conectar más con eso.
-¿Ha derribado algún prejuicio que tenía en torno a ese universo?
No, porque yo soy de naturaleza idealizadora y de ver el vaso medio lleno siempre, y es lo que me hace también artista, y me hace dar buenas noticias, que creo que es lo que tenemos que dar los artistas, buenas noticias, y religar, es decir, unir lo que aparentemente está separado, pero no lo está. A mí me conmueve el ser humano, de cualquier clase social u orientación política. El ser humano hace lo que puede y no es fácil. Hoy en día nos ha tocado vivir un momento de excitación de nuestros egos, y no tenemos todas las herramientas que deberíamos para controlar los miedos y la angustia. Sí que las hay, que es la tradición, pero la gente está divorciada de la tradición. Yo no. Yo tengo un pie en la tradición, bien enraizadito. Soy radical, de raíz.
-¿Cómo tuvieron acceso a la 'rave' que se muestra en la película?
-He estado durante años haciéndome validar por los colectivos franceses que recogen las esencias de la cultura 'rave' y tecno europea. Son los cachorros de los Spiral Tribe, que es la 'crew' que vino de Inglaterra cuando Margaret Thatcher los expulsa. Vieron mi cine y que había una verdad, pero al final nosotros nos adaptamos a una fiesta que ellos organizaron en Teruel y se hizo una comunicación para que la gente supiera que se iba a filmar.
-Es que esos entornos suelen ser muy particulares.
-Me lo he currado. La belleza tiene sus reglas y hemos llamado a la puerta con respeto y nos hemos descalzado. Ellos tenían miedos. No quieren que se les represente porque siempre se les ha representado como unos punkis que se drogan y no hacen nada, y en realidad es gente muy militante, con valores ecológicos, de respeto de los géneros. O sea, hay cosas que son muy nobles en ellos, de camaradería, de no juzgar, de acoger al débil. Muchos de ellos vinieron a Cannes porque no habían visto la película y para mí ha sido la Palma de Oro porque muchos amigos me han enviado mensajes y me han dicho: «Joder, por fin estamos bien representados y se habla de nosotros con respeto, con apertura, sin juicio». O sea, es cierto que es un mundo que tiene su toxicidad también, pero ¿dónde no la hay? Hacemos lo que podemos. Dejemos de fliparnos y seamos humildes.
-Varios de ellos forman parte del elenco de la película.
-Fuimos de 'rave' en 'rave'. Esto lo hizo Nadia Acimi, que fue mi compañera durante cinco años y es la jefa de vestuario de todas mis películas y viene de este universo. Yo, de hecho, conecto y entro un poco en esta cultura a través de ella. Se hizo un calendario de 'raves' y hay unos vídeos increíbles de ella en la pista de baile hablando con la gente, explicándoles la película. Fue un poco la embajadora del proyecto.
-Es imperativo ver 'Sirât' en el cine. ¿No le preocupa en un momento en el que llevar a la gente a las salas parece imposible?
Sí, pero no está en mi mano. Quiero decir, lo que me preocupa es lo que está en mi mano, que es tomar las decisiones que yo creo que son correctas en función de mis valores. Eso es lo único que me preocupa. Yo voy a seguir apostando por el cine como una ceremonia colectiva y transformadora que pasa por ir a las salas y no ver algo en tu casa. Me parece que las ceremonias hay que hacerlas como Dios manda (ríe). Creo, además, que si queremos que siga habiendo películas con alma, frágiles, que rascan, que nos transforman, es necesario respetar la cronología del cine y las salas. Y aunque estemos en el fin del mundo, yo voy a seguir... No sé, soy muy ortodoxo, filmo en película (ríe).
-¿Cree que es un camino de no retorno y que las salas de cine se han quedado para las películas evento?
No lo sé. La sociedad cambia mucho. ¿Quién te decía que iba a volver el vinilo? Nos decían que el público era de una determinada manera y había como muchos axiomas, pero el público madura y cambia. Desde luego, sí que asisto con preocupación a toda esta forma de consumir como de manera distraída, ¿no? O sea, participo un poco en este ejercicio de narcosis y distracción en el que estamos todos, esta relación con las imágenes y con este consumo de las plataformas. Si pones en una máquina toda la producción audiovisual que se hace, el 95% de lo que se produce está ligado o a distracción o a destrucción y no nos emancipa como seres humanos, nos duerme. Me incluyo, ¿eh? O sea, participo. Yo intento con mi obra y mi práctica conectar un poco conmigo, pero es muy difícil. Afortunadamente, y es de esto de lo que habla mi peli, si no hacemos nosotros el curro, la vida nos obligará a hacerlo y tiene la manera de susurrarnos o abofetearnos para que miremos dentro.
-El trabajo de localización ha debido de ser ímprobo.
-Es que he vivido diez años en Marruecos.
-¿Y lo tenía todo ya en la cabeza?
-Más o menos. Luego he ido trabajando con localizadores en Marruecos, pero la imagen y las localizaciones, los espacios, el 'casting'... son cosas que se me dan bien. Al final, el cine son caras en espacios.
-¿Qué diría que se le da mal?
-No diría que se me da mal pero es que tampoco me interesa mucho la narración. O sea, me interesa la narración como un trampolín para sentir con más fuerza las imágenes, pero luego es un arte colectivo y me rodeo de gente muy buena. Santiago Fillol -coguionista de la película- es clave en mi práctica cinematográfica. La cosa es que si hay demasiado relato, habrá poca imagen, y para mí la imagen es la ontología del cine y es lo que le da el valor polisémico y trascendental a ver una película. Yo ahora mismo estoy trabajando con el equilibrio en el que el relato es lo que te ayuda a noquear la razón. O sea, a través de una identificación con unos personajes, llega un punto en el que te conmueve la historia, y es el momento en el que esta frecuencia de la cabeza se puede noquear y dar lugar a que otros niveles de percepción surjan. Y es ahí donde soy bueno, en las imágenes, en ese momento en el que yo sé que tengo al espectador abierto, los poros de la película están abiertos y las imágenes le penetran triunfalmente. Y le acompañan, ojalá, durante un tiempo, haciendo su trabajito.
-¿Siente que va a contracorriente?
-Sí y no. O sea, de alguna manera, sí que mi cine está a contracorriente en el sentido de que el arte se está masculinizando mucho, es todo muy semántico. Hablo de lo masculino y lo femenino como arquetipos. Es un arte muy ideológico, muy semántico, muy retórico, muy de: «El autor quiere decir algo y quiere que quede claro». Independientemente de que lo hagan hombres y mujeres, ¿eh? Hay mucho cine ahora mismo hecho por mujeres y por hombres que para mí es demasiado masculino, noto demasiado al autor queriendo decirme algo y a mí eso como espectador me incomoda, o por lo menos no me hace sentir tantas cosas como creo que el arte me tiene que hacer sentir. Entonces, sí que de alguna manera estoy a contracorriente en el sentido de que quiero que haya un equilibrio entre la energía masculina y femenina. De hecho, esta película es muy masculina: la aventura, la conquista del héroe, el ir hacia adelante... Hay algo fálico en todo relato de aventuras, pero al mismo tiempo, el autor se ha parado a tiempo y deja que lo femenino opere: lo sutil, lo espiritual, lo polisémico, lo lírico, las imágenes. Eso es el arte, ese espacio sutil que trasciende al autor, donde las imágenes interconectan entre ellas de manera mágica y secreta y trascienden al autor y ahí es cuando se penetra el espectador. Entonces, yo no sé si es un poco ir a contracorriente porque en todos estos procesos de dessacralización del mundo, el arte se ha ido masculinizando. Solo lo que está a la luz existe para el arte hoy en día. ¿De qué va tu peli? ¿Qué quieres explicar? ¿Cuáles son las ideas de tu peli? Fíjate cómo hablamos de las pelis o cómo las vendemos. Es una peli sobre la idea de... Es normal que exista eso, pero hay que equilibrarlo con la energía femenina, con los arquetipos femeninos. Fíjate, sí que estoy un poco a contracorriente, porque hay un consenso en la sociedad en el que el cine se está feminizando cuando en el fondo, no sé hasta qué punto, pero está en un punto en el que se está reafirmando en su masculinidad. Hay excepciones, no me siento único.
-¿Ha sido muy difícil levantar la película?
-Mira, ha sido mi película más fácil. 'Todos vosotros sois capitanes' (2010) la hice con 30.000 euros y la produje yo; 'Mimosas' (2016) con 600.000 o 700.000, en mula y a 3.000 metros de altura. En 'Lo que arde' no llegamos al millón y filmando incendios. En esta he tenido un apoyo tremendo, he estado súper rodeado.
-¿Cuál ha sido la mayor dificultad?
-Yo mismo. O sea es una película que sobre guión era muy atrevida y arriesgada, y sí que en España ha ido con el viento a favor. Movistar ha tenido una confianza en mí exquisita y ha sido un lujo. En cambio, cuando hemos intentado financiar la película una vez más en Europa, me decían que no querían que el espectador sufriera. No estaban entendiendo la película y tú, cuando tu intención es toda la contraria, que es servir, cuidar, compartir con el espectador, es duro porque empiezas a tener dudas y empiezas a pensar si no te habrás pasado. A Santi y a mí nos temblaron las piernas y esa es la gran dificultad, tirarse al abismo, asumir las consecuencias de tus intuiciones artísticas y asumir que la peli puede ser un fracaso, pero es lo que tú crees que es lo correcto. Ahí está la clave, en que el autor no se engañe a sí mismo y asuma con madurez sus decisiones, aunque la película sea un fracaso. A mí me ayuda a tirarme al abismo saber que un fracaso me haría madurar mucho y me hiría muy bien.
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