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Desilusión, frustración, decepción... Son adjetivos que definen el momento por el que atraviesan muchos viticultores y viticultoras de la Denominación de Origen Calificada (DOCa) Rioja en vísperas de su centenario. Son momentos duros, críticos para todos en un sector habitualmente acostumbrado a ciclos expansivos y restrictivos, pero la forma en que esta última crisis se está cebando en el eslabón más débil de la cadena del vino tiene pocos precedentes: «Un agricultor jamás tira la toalla, pero ha llegado un momento en que...».
No termina la frase Damián Sáenz Angulo, veterano viticultor de Uruñuela, curtido en mil batallas y crisis. «No tengo relevo, he cumplido 74 años y he estado cotizando durante 60 a la Seguridad Social, pero no puedo jubilarme porque nadie quiere llevar mis viñedos». «Me duele mucho –continúa– lo que está pasando y me duele mucho que el Consejo Regulador ni supo ni quiso ver la crisis, pero es que tampoco ha hecho nada durante los últimos cuatro o cinco años por intentar ayudar a los viticultores, que son fundamentales en la creación y desarrollo de esta denominación de origen, así que, por mi parte al menos, no tengo ningún centenario que celebrar».
Sonia Rodríguez es viticultura de Huércanos, como lo era su padre. Acompañaba también a su marido en el campo, socio fundador de la cooperativa de la localidad, hasta que en 2013 se separó: «Me hice viticultora junto con mi hijo, con una explotación en un momento en que se salía de una crisis pero que aún nos dio para cuatro años buenos». Madre e hijo invirtieron en la explotación familiar. Juntaron unas 18 hectáreas entre las propias y las gestionadas para otros familiares: «A partir de 2020 el precio de la uva se hunde y se disparan los gastos, así que empezamos a perder dinero por trabajar, y no sólo en lo nuestro sino también en las viñas de la familia».
Damián Sáenz Angulo
Sonia ha tenido que tomar medidas: «Si seguimos dos ahora mismo multiplicamos las pérdidas por dos, así que he dejado el campo y he tenido la suerte de encontrar trabajo en una fábrica de Alesón para seguir ayudando a mi hijo cuando pueda e intentar que, juntándolo todo, pueda haber un salario y una oportunidad para ganarse la vida».
Es el proceso inverso al vivido hace ahora 25 años, con el cambio de siglo, cuando la viticultura, entonces rentable, recibía jóvenes que labraban las viñas pero también su futuro, y la DOCa Rioja celebraba entonces su 75 aniversario: «Duele mucho –admite Sonia–, es un fracaso incluso personal; mi padre tiene 88 años y trabajó en el campo desde los 14 de sol a sol. Ahora, para nosotros, con maquinaria todo es más fácil, pero hemos acabado tirando la uva en lugar de producirla: no tiene sentido».
Ángela Iruzubieta es viticultora también en Huércanos. «Desde que me casé, y ya ha llovido un poco...», explica entre risas. Recuerda que decidió con su marido invertir en tierras y dedicarse a la viticultura: «Lo peor de todo es que, después de muchos años y de mucho trabajo, de repente te das cuenta de que pensabas que tenías algo pero ahora apenas tenemos nada».
Sonia rodríguez
La hija de Ángela vivió momentos buenos, y se hizo agricultora en 2015: «Compramos tierras, papel para plantar con una inversión muy fuerte, a 6.000 euros la fanega entonces, y pudimos vivir cuatro campañas bien, pero ahora es una ruina». «De hecho –continúa–, mi hija lo ha dejado y trabaja en otra cosa, y el gran problema es que invertimos convencidos de que nos estábamos labrando un futuro que ya no tenemos».
Enrique Artacho, con 49 años, es, como Damián, de Uruñuela. En este caso, además de ser viticultor gestiona una pequeña bodega familiar, Viña Berneda, en la localidad: «Somos cosecheros, mi padre hizo la primera bodega en los años 80 y aprendió a elaborar gracias a don Manuel Ruiz Hernández, que hizo mucho por la gente humilde enseñando y formando por las noches». «Mi padre –continúa– vivió también una crisis muy fuerte a finales de los 80, en la que también se hablaba de arrancar viñedo, pero luego vino una recuperación y fuimos consolidando poco a poco la bodega».
Enrique, por su parte, estudió enología y lleva ya 28 años elaborando en Viña Berneda: «La coyuntura hoy es muy difícil, para los agricultores pero también para las pequeñas bodegas, ya que competimos con fondos de inversión que pueden hacer 20 millones de botelas». «Es decir –continúa–, sus costes son menores y la burocracia cada día nos ahoga más, tanto en el campo como en la bodega».
Ángela Iruzubieta
El viticultor cree que en general hay un problema de relevo generacional: «Lo que están viendo mis hijas desde hace años en casa, por ejemplo, es angustia, el agobio de sus padres cuando te acuestas por la noche porque cuesta dormir, ya que no sabes qué vas a hacer con las uvas o con el vino».
Enrique Artacho también ha vivido alguna crisis, como la general de la economía mundial de 2008, aunque no tiene dudas de que esta parece peor que ninguna de las que le han tocado con anterioridad: «Es cierto que en las crisis aparecen oportunidades e incluso que ayudan a mejorar, pero esta va a ser difícil de sobrellevar. Veo que se puede producir un cambio radical en el modelo de la DOCa Rioja y que se puede llevar por delante a los pequeños viticultores y a muchas pequeñas bodegas, es decir, a pueblos enteros, pero hay que seguir luchando».
Es el año del centenario de la Denominación, pero los viticultores coinciden en que no están para fiestas: «Es difícil pensar en celebrar nada», explica Ángela. «Estoy convencida de que se va a producir un arranque silencioso de viñedos, o un abandono silencioso, porque el Consejo Regulador llega muy tarde y ya hay gente que ha dejado de cultivar las viñas aunque sigan figurando en la estadística oficial». «Nos hemos convertido en un modelo de viticultura industrial y desde el 2017 ya estaba descendiendo el consumo de vino en el mundo», apostilla Damián Sáenz Angulo.
«A Rioja le dieron la condición de Calificada en 1991 –continúa el viticultor de Uruñuela– porque era la mejor denominación de origen de España. Entonces había un futuro, pero ahora cada vez lo veo más negro». El viticultor insiste en que se ha actuado muy tarde y sólo con parches: «La viña no renta y, por tanto, no hay rentistas ni arrendatarios, siento que he perdido algo, y nadie nos quiere dar explicaciones... Nos hemos quedado sin relevo generacional porque los jóvenes no ven futuro y, quienes deberían haberse dado cuenta de la que venía estaban mirando para otro lado».
Enrique Artacho
Es el futuro del campo y de los pueblos el que preocupa a los cuatro viticultores: «Intento que mi hijo no se desanime y siga adelante», confiesa Sonia, pero «me temo que cualquier día haga como yo y busque un trabajo en una fábrica porque nadie trabaja para perder dinero».
Tampoco es que además haya alternativas claras con otros cultivos: «Además de viña tengo cereal», apunta Damián, «y vendo hoy el trigo a 34 pesetas, más barato que hace 42 años cuando los costes no tiene nada que ver».
Es, quizás, el aumento de los insumos, de las dificultades burocráticas, además de la mayor edad de los viticultores, la diferencia de esta crisis sobre otras que también ha habido de bajos precios, los famosos dientes de sierra: «Cada vez es más difícil todo, más dificultades, más papeleo, más exigencias... Conozco jóvenes que intentaron entrar al campo pero incluso han devuelto las ayudas y cancelado los préstamos para salir de aquí. Además, hacer inversiones de nuevas, sin tener las tierras y los medios, es absolutamente inviable», concluye Sonia.
Y el cronista, que peina canas, líneas y unas cuantas crisis, propone un brindis para acabar el debate y por el futuro, que seguro que lo hay para la región vitícola, pero nunca antes había visto una desilusión tal en el campo como la de esta última crisis.
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