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La llamada que puede calmar los mercados mundiales finalmente se ha producido. Donald Trump, después de meses anunciado su inminencia, consiguió este jueves mantener una ... conversación telefónica con Xi Jinping. En un contexto de creciente tensión por las acusaciones mutuas de romper la tregua comercial, este contacto entre los presidentes de ambos países –el primero desde el regreso del líder republicano a la Casa Blanca– se interpreta como un intento conjunto por rebajar el tono del conflicto y evitar una escalada en la guerra comercial entre ambas potencias.
El contacto, que el presidente estadounidense calificó como «muy positivo», se produjo en un momento de extrema fragilidad diplomática, cuando las relaciones entre Washington y Pekín pendían de un hilo y amenazaban con caer en una nueva espiral de confrontación. La Casa Blanca había acusado a China de romper la tregua comercial sellada apenas un antes en Suiza y de endurecer, además, el acceso de las empresas estadounidenses a las tierras raras, un recurso estratégico clave para fabricar desde semiconductores hasta automóviles y aviones.
El presidente estadounidense dio este asunto por zanjado tras la llamada, que se prorrogó durante hora y media. Con ello, el riesgo de una nueva escalada arancelaria queda, por ahora, descartado, al menos durante los dos meses que restan de la tregua pactada para intentar alcanzar un acuerdo definitivo. Estados Unidos mantendrá los aranceles a los productos chinos en el 30% —muy por debajo del 145% previo—, aunque la Administración Trump justifica no haber rebajado más esa tasa por la supuesta implicación de Pekín en redes vinculadas al tráfico de fentanilo. Por su parte, China conserva los gravámenes en el 10%, frente al 125% que llegó a aplicar como represalia.
El presidente chino también abogó por «reducir los malentendidos» y «reforzar» la cooperación con Estados Unidos. Pekín, que hasta ahora había respondido con firmeza a cada embestida de la Casa Blanca, opta así por tender la mano a Trump con el objetivo de alcanzar un acuerdo que «mejore los intercambios» y estabilice la relación bilateral. Un giro de tono que contrasta, sin embargo, con sus declaraciones de la semana pasada, cuando responsabilizó abiertamente a Washington de imponer restricciones indebidas a la exportación de piezas de motores de avión y de software avanzado. Una postura que refleja las tensiones entre la necesidad de rebajar el conflicto y la voluntad de no ceder terreno estratégico, en un momento en el que Trump ha perdido capacidad negociadora tras el vaparalo judicial.
El choque frontal al que ambas potencias –y por extensión, los mercados mundiales– parecían dirigirse hasta hace apenas unas horas ha quedado, por el momento, en suspenso. Los equipos negociadores de Estados Unidos y China se emplazaron ya a una próxima reunión, aún sin fecha ni lugar definidos, con el objetivo de reactivar el diálogo comercial. Como gesto adicional, Trump anunció que Xi Jinping le invitó a visitar China, propuesta que, según dijo, aceptó. Este movimiento refuerza la voluntad política de ambas partes de rebajar tensiones, aunque la desconfianza estructural y los intereses estratégicos divergentes siguen latentes.
El anuncio de esta próxima reunión se produce seis días después de que Donald Trump decidiera elevar hasta el 50% las barreras aduaneras al acero, en una huida hacia adelante tras el golpe judicial que primero anuló y luego restableció de forma cautelar los mal llamados «aranceles recíprocos». La guerra comercial, que amenazaba con intensificar aún más las tensiones bilaterales tras la suspensión de visados a estudiantes chinos, entra así en una fase de relativa distensión. Una calma que se extiende también al frente europeo, donde Washington y Bruselas han rebajado el tono tras varios meses de fricciones.
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